Midiendo se entiende la gente

Ocurrió en septiembre de 1999. Poco antes de llegar a Marte, en lugar de entrar en órbita, la sonda espacial Mars Climate Orbiter se aproximó excesivamente al planeta rojo y se fundió en su atmósfera. Los científicos de la NASA no cesaron hasta averiguar la causa del costoso accidente. La pérdida fue debida a que los científicos habían utilizado en sus cálculos unidades de medida distintas: unos metros y kilos, otros pies y libras. Más de un siglo tras la ratificación de la Convención del Metro, y después de que en 1960 se adoptara legalmente el Sistema Internacional de Unidades (SI) en prácticamente todo el mundo, este desafortunado suceso resultaba todavía más embarazoso.
Y es que medir, pesar y contar son actividades que han ocupado a la humanidad desde sus orígenes. Ya en la Edad Antigua, las civilizaciones eran conscientes de la importancia de utilizar un sistema de medida uniforme, así como de su papel fundamental no sólo en el entendimiento entre sus gentes, sino también en el progreso de la producción, el comercio y el conocimiento. Hace cinco mil años, en el Egipto faraónico, la construcción de las pirámides requería un refinado sistema de medición. Por ello, cada noche de luna llena, los arquitectos reales calibraban su patrón de longitud, el «codo real», basado en la magnitud del antebrazo del faraón; el descuido del deber se pagaba con la muerte.
Pero también en el otro lado del globo, en la antigua China, se supo conferir a la metrología su merecida importancia. No sorprende, pues, que en tiempos de la dinastía «Qin» (221-207 a.C.), a la par que se unificaba el imperio (lo que dio origen a la construcción de la Gran Muralla) se hiciera lo propio con el sistema de unidades de medida. Incluso en los libros sagrados (la Biblia, el Corán, el Talmud...) se encuentran numerosas referencias a pesas y medidas, así como a su correcto y justo uso.
Desde la antigüedad, casi siempre existió una estrecha relación entre las unidades de peso y las monetarias, ya que el peso de los metales era sinónimo de su valor monetario. Desde el año 789 y hasta la Revolución francesa, la «Pila de Carlomagno», un juego de pesas introducido por el gran monarca renano, se convirtió en el patrón real de peso. Después de caer en desuso tras su muerte, fue sustituido a finales del siglo XV por otra pila homónima, que sirvió en 1767 de base para calcular los patrones de medida franceses y de las principales ciudades europeas. A partir de su masa sería determinada en 1792 una nueva unidad, el grave, precursor del kilogramo actual.
Fueron la Revolución francesa y la Ilustración quienes favorecieron la génesis de un sistema de medida completamente nuevo y universal. Inspirado por el espíritu enciclopédico de Diderot y d'Alembert, el obispo y revolucionario Charles Maurice de Talleyrand, diputado de la Asamblea Nacional, propuso en 1790 la unificación de las medidas. De esta época datan los primeros prototipos del metro y del kilogramo, en base a los cuales se estableció el sistema métrico decimal, legalizado por Napoleón en 1810.
En España no fue hasta 1849, durante el reinado de Isabel II, cuando se aprobó la Ley de Pesas y Medidas, que establecía el sistema métrico decimal. Fue una apuesta arriesgada, ya que apenas unos pocos países (además de Francia eran el Reino Unido de los Países Bajos y Chile) habían adoptado este sistema.
No obstante, y a pesar de los progresos en la normalización, en el siglo XIX seguía conviviendo en Europa un sinfín de unidades de medida. Por poner un ejemplo, y limitándonos a España, la libra podía variar entre 0,35 kg en Zaragoza, pasando por los 0,49 kg de la popular libra castellana, y llegar a pesar 0,579 kg en Pontevedra. Si tenemos en cuenta la multitud de medidas existentes (aranzada, armiña, arroba, barchilla, fanega, hora de camino, huebra, mojada, peonada, pie, pulgada, sinquena, vara, vesana y tahulla, por citar unas cuantas), sería necesario enumerar miles de unidades para completar el mosaico metrológico nacional de aquella época.
Con el sistema SI, la Conferencia General de Pesas y Medidas (CGPM) introdujo en 1960 un sistema de unidades cimentado con sólo seis unidades básicas: metro (longitud), kilogramo (masa), segundo (tiempo), ampère (intensidad de la corriente eléctrica), kelvin (temperatura termodinámica) y candela (intensidad luminosa), a las que se sumó el mol (cantidad de materia) en 1973.
Si bien es cierto que el éxito del sistema SI ha extinguido gran parte de la confusión que nos había acompañado a lo largo de la historia, el caso de la Mars Climate Orbiter demuestra que todavía queda camino por recorrer.
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